¿A quién le importa el arte? ¿A los artistas, a los galeristas, a los coleccionistas o a esas muchedumbres variopintas que colman museos y bienales? Nunca como en las dos últimas décadas han abierto tantos museos, tantos centros culturales, tantas ferias de arte y bienales. ¿Con todo, podríamos decir que esta expansión del consumo traduce una experiencia del arte a gran escala? ¿Podríamos deducir de ello que el arte es una actividad esencial para el hombre contemporáneo? ¿Que sirve para cambiar su modo de ver las cosas, para entender las cambiantes relaciones del mundo que le toca vivir? ¿O solo es expresión de la lógica de consumo propia del sistema, en la que por fuerza se debe insertar la producción de arte?
Está comprobado que en un setenta por ciento los visitantes de museos no se detienen más de dos minutos ante una obra y pasan casi más tiempo en la tienda de regalos hojeando los catálogos que reproducen las mismas obras que acaban de ver en las salas. No es difícil de entender que a alguien educado en la cultura visual de la televisión, la reproducción e Internet le resulte problemático enfrentarse a la complejidad material que anida en una pintura de Velázquez, Goya o incluso de Picasso.
Así las cosas, ¿cuál es la disponibilidad temporal y la información previa que demanda una obra de arte para ser comprendida? ¿Será lo mismo una obra de Velázquez o los hilos que cruzan el espacio en una instalación del argentino Enio Iommi o el brasileño Waltercio Caldas? En los museos de los siglos XIX y XX siempre había en las salas un banco o un confortable sillón para sentarse a contemplar una pintura o una escultura por cierto tiempo. En muchos de ellos, especialmente en los de Bellas Artes, esta comodidad brindada al visitante, todavía existe pero ha desaparecido en los museos de arte contemporáneo. Allí se le reclaman otras cosas al visitante. Por caso, que esté dispuesto a meterse dentro de una obra, atravesarla como los penetrables de Jesús Soto y Helio Oiticica, a recorrerlas activando sensores como en las videoinstalaciones de Gary Hill, o a ponerse auriculares para escuchar el latido del corazón y los sonidos de la respiración en un videorretrato de Bill Viola.
Un dato en apariencia tan secundario, como el del asiento, revela que la experiencia del arte actual no gira alrededor del tiempo demorado de la contemplación. Y como si esto fuera poco, las obras que se ofrecen al espectador le retacean todo tipo de certeza. Antes que nada, lo ponen en situación de decidir ¿es arte o no?
El problema que enfrenta el espectador de hoy es explicarse por qué ciertos objetos son considerados obras de arte y la pregunta reviste carácter filosófico. En la lógica de cada objeto se trata de definir, nada más ni nada menos, el qué y el para qué del arte.
1 comentario:
En mi humilde experiencia, puedo decir que sólo los pintores estan mas cercanos a la motivación que una obra de arte puede generar. De los galeristas, aunque nunca se puede generalizar, estan para vender cualquier cosa. Y sus conocimientos técnicos suelen ser mas bien escasos....El artista se esfuerza en la soledad de su estudio, reinventando efectos, procurando calidades complejas y luego el galerista de turno sólo mirará si esa obra es comercial o no lo es....Asi funciona el tema...
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